
La mitad contestó que en casa mandan tanto papá como mamá, el 20 por ciento dijo que los pantalones son de mamá y sólo el 16 se inclinó por la autoridad de papá.
Entre amigos suelen bromear acerca de que en la casa la que lleva los pantalones es la mujer. Pero a la hora de preguntarle al resto de la familia, resulta que en la mayoría de los casos el rol de jefes es compartido por el padre y la madre.
Así lo revela una encuesta hecha por la versión digital de Diario UNO, en la que contestaron 1.774 lectores. El 50% de ellos consideró que ambos progenitores comparten la batuta.
Ni siquiera la opción del hijo que mantiene a todos es suficiente para ser el rey del hogar. Apenas el 7,4% de ellos ostenta el mando por lo que aporta económicamente.
Al evaluar por separado al hombre y a la mujer resulta que el primero es jefe en 15,6%, mientras ellas son las líderes en 19,9%.
El aumento del protagonismo femenino se remonta al siglo pasado, cuando muchas mujeres quedaron viudas después de la Guerra Mundial, otras debieron salir a hacerle frente a la crisis económica y, en medio, la industrialización y las nuevas tecnologías ayudaron a crear fuentes de trabajo, donde la fuerza masculina ya no era lo esencial.
Buscar el equilibrio
Para el psicólogo Juan Carlos D’Innocenzo estos datos pueden sonar lógicos. Sin embargo, hay que distinguir que autoridad no es lo mismo que autoritarismo y tanto el jefe como la jefa del hogar pueden caer en el descrédito si abusan de su poder.
Autoridad significa que el padre se preocupa por la educación de su hijo, le marca límites y tiene en cuenta los sentimientos del menor. Mientras que el autoritarismo es la necesidad de someter y de imponer algo de manera irracional.
El profesional detalló que detrás de una personalidad autoritaria se esconde alguien inseguro o frustrado laboralmente que se descarga con sus hijos o pareja para alimentar su autoestima.
Otras manifestaciones de autoritarismo derivan en la pérdida de control y en la violencia expresa.
Los hijos, bajo este esquema erróneo, crecen desprotegidos y manifiestan trastornos en sus conductas (ver Edición Impresa).
“La mayor cantidad de separaciones se dan por la problemática del poder, cuando no se respeta la autonomía del otro”, aseguró el psicólogo.
En esto una receta, que no es mágica y requiere de mucha voluntad, es procurar mantener una relación lo más democrática posible.
“Si no hay consensos en una familia –explicó– se termina en una patología que es universal: la infelicidad. Si uno de los integrantes es más débil puede venir una depresión y una disminución del deseo sexual”.
Además de la sumisión, otra cara de la lucha de poder es la autosuficiencia. Es la actitud del que siempre intenta tener las situaciones bajo control. Para el licenciado esto es dañino, provoca una insatisfacción continua y una sobrecarga emocional.

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